A continuación, de manera más conmovedora, afronta el tema de la muerte. Lo dice alguien ya sentenciado que desde su cáncer habla a una multitud de jóvenes que se graduaban en la universidad:
«me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: “si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer?” Y cada vez que la respuesta ha sido “no” varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo. Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque casi todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solo aquello que es realmente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay ninguna razón para no seguir a tu corazón».
El amor y la muerte son dos “argumentos” tan cotidianos que podemos hacerlos banales. Amar lo que se hace y hacerlo por amor, sabernos desnudos de seguridades vacías para no tener jamás temor. Es la lección que nos ha dado Cristo al acompañarnos con su gracia, con su ejemplo, con su promesa de resurrección. El corazón no nos engaña cuando de modo incensurable nos empuja a buscar lo que amamos. Esta indómita nostalgia coincide con el Don de Dios.
Les dejo estas viñetas de Steve Jobs, a quien nos imaginamos de modo cariñoso entrando en las puertas del cielo y encontrándose con distintos personajes bíblicos:
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